Santa Maria del Fiore
Era
agradable despertar en Florencia, abrir los ojos en una clara y desmantelada
habitación, con el suelo de baldosas rojas que parecía limpio aunque no lo
estaba, con un techo donde rosados grifos y azules amorcillos jugaban en un
bosque de amarillos violines y fagotes. Era
agradable también precipitarse holgadamente a las ventanas, pillarse los dedos
en desconocidos cerrojos, salir al sol exterior resplandeciente con bellas
colinas y árboles y marmóreas iglesias enfrente, y, muy cerca, en la parte
baja, el Arno, murmurando contra la orilla de la carretera.
Al lado del río trabajaban hombres con azadas y cribas en las arenosas
orillas, y sobre el río un barco, también diligentemente utilizado con alguna
misteriosa finalidad. Un tranvía eléctrico llegó precipitándose por debajo de
la ventana. Nadie iba sentado dentro, excepto un turista. Pero las plataformas
rebosaban de italianos, que preferían viajar de pie. Los niños intentaban
colgarse en la parte trasera, y el conductor, sin mala fe, les escupió en la cara
con tal de ahuyentarlos. Luego aparecieron soldados, bien parecidos, de baja
estatura, acarreando cada uno de ellos una mochila cubierta con una mugrienta
piel, y un gran abrigo que había sido confeccionado para alguien de mayor
estatura. Marchaban los soldados, de aspecto alocado y combativo, y detrás de
ellos la chiquillería, dando saltos al compás de la banda. El tranvía llegó a
enredarse entre sus filas, avanzando con dificultad, como una oruga entre una
congregación de hormigas. Uno de los chiquillos cayó, y algunos bueyes salieron
de una arcada. Verdaderamente, si no hubiera sido por la oportuna advertencia
de un viejo que vendía botones, la calle no se habría despejado nunca.
A base de trivialidades como ésas, una valiosa hora puede perderse, y el
viajero que ha ido a Italia para estudiar los valores táctiles de Giotto o la
corrupción del Papado puede irse recordando sólo el cielo azul y los hombres y
mujeres que debajo de él viven.
Nada más cierto que lo escrito por
Edward M Forster, en su novela “Una habitación con vistas” publicada en 1908. Uno
en Florencia ansía y espera encontrarse con, por ejemplo, la magnífica cúpula de Santa María del Fiore,
un prodigio diseñado por Bruneleschi en 1419, y resulta que es de situaciones más
cotidianas que se impregnan los recuerdos.
No se borran los paisajes urbanos, ni
las obras de arte, se mezclan y se enriquecen con otras cuestiones, como la discusión por el precio de un enchufe
en la Plaza Della
Signora o la destreza para hacer un calzone
que tenía uno de los dueños del restaurante La
Ghiotta , en el Barrio San Ambrosio. Ese entretejido conforma la imagen que
guardamos de los lugares que descubrimos.
CALLOS AL PAN -PANINNO CON LAMPREDOTTO-
La cocina florentina, de origen
humilde, se basa en los alimentos frescos de las zonas agrícolas de los
alrededores de la ciudad, ingredientes básicos y a veces rústicos que se
combinan en recetas sencillas.
El lampredotto es uno de los cuatro estómagos
de la vaca, el abomaso. El nombre, al parecer deriva de la lamprea, un tipo de
anguila que se encontraba en abundancia en el río Arno y que toma un parecido
al cocinarla. En España se lo conoce como callos y en la Argentina y en algunos
sitios de América como mondongo. Es en Florencia una típica comida callejera (como
los Hot Dogs en Nueva York), se la conoce así desde el Siglo XV por lo que
muchos la llaman “el primer fast food”. Se lo vende en pequeños puestos, en su
mayoría ambulantes.
INGREDIENTES cuatro sándwiches
Mondongo 600 grs.
Caldo
Pan Felipe o Francés
Salsa Verde (Aceite de Oliva, vinagre,
perejil y albahaca)
MODO DE PREPARACION
Limpiar el mondongo y retirar la grasa.
Hervir en un caldo con cebolla,
zanahoria y concentrado de
tomate, durante unos 40 minutos (o hasta que esté bien tierno). Mantenerlo con
fuego muy bajo para que no se enfríe. Cortarlo en rectángulos de
aproximadamente dos por cuatro. Servir al pan con la salsa verde. También se le
puede adicionar una salsa tipo criolla (aceite, vinagre, cebolla, tomate, ají
verde y rojo)
BEBIDA SUGERIDA: Vino Chianti o
varietal Sangiovese