Bebes la noche húmeda, convulsa,
incierta y vacilante,
libre;
bogando en sueños como mares sueñas,
ausente ya de barcos, eres bancos, catedrales
o puentes o museos o algas de tu nombre
incierta y vacilante,
libre;
bogando en sueños como mares sueñas,
ausente ya de barcos, eres bancos, catedrales
o puentes o museos o algas de tu nombre
Acrostico de Julio G. Alonso
ESCUDO DE BILBAO: Los dos lobos derivan de la heráldica de
la casa de Haro,
por Diego López V de Haro fundador de la villa
de Bilbao. La Iglesia
es la de San Antón con el Puente de Dos Arcos sobre el río Nervión
Vitral de la Estacion de Trenes Abando
Indalecio Prieto
Hospedarse en un pequeño hotel, frente a la Estación de Trenes, que poseía una biblioteca de más de mil libros a
disposición de los clientes habla bien de la ciudad. Varias veces he puesto
atención sobre las primeras impresiones
y este es un buen ejemplo, mientras mi mujer arreglaba los papeles y la
documentación del ingreso yo me distraje hojeando un libro magníficamente
ilustrado sobre la historia del pueblo vasco, confortablemente recostado en un
sillón frente a los repletos estantes de la biblioteca del lobby que estaba
ambientado como un muy hogareño living. A partir de ese momento las puertas de
Bilbao se abrieron a mis sentidos.
Bilbao,
donde nunca he vivido, es un bocho, un agujero entre montañas, cantado y
contado por Unamuno, Aresti, Blas De Otero y tantos otros. Ahora cumple 700
años. Tiene achaques, pero está bien de salud. Y, además tiene metro, muy
moderno, muy nuevo y muy limpio. Demasiado nuevo y limpio para merecer el
nombre de metro tal como lo entiende un londinense o un parisino. La
ciudad es atravesada cada segundo por su río o ría, el Nervión, Ibaizabal en
euskera, es decir ‘río ancho’. Mejor que Ibaizabal yo
le llamaría Ibaiziquin ‘río sucio’, porque a su paso los peces no nos dicen «agur»
ni, por aquello del museo, «good-bve». Los muertos aún no han aprendido a hablar.
Heriotzat ezpaitaki mintzareraik
(‘Porque la muerte no es políglota’), podríamos decir parafraseando a Gabriel Aresti.
En una de las márgenes de la ciudad se ha construido el ya aludido Museo
Guggenheim, en palabras de Ion Juaristi “edificio de la postmodernidad
faraónica”, “opera muda de bastante más de tres perras gordas, una ópera de la
postmodernidad es decir del triunfo del vacío sobre la palabra, de la
superación de todo sentido”.
El
origen de Bilbao, aunque no lo parezca no se encuentra en la obra firmada por
Frank O. Gehry sino en el Casco Viejo, también conocido como “Siete calles” al
que se fueron anexionando anteiglesias de origen medieval y controladas por
jauntxos o notables rurales: Begoña, Abando, Deusto, etc. [1]
Este texto encierra otra característica de la
ciudad: el carácter vasco, que lo tiñe todo y con el que a veces uno choca y
otras tantas camina por la misma cornisa pero que nunca se puede permanecer en la indiferencia.
No
es el vasco hombre de dos caras; pero sí de anverso y reverso; hombre que vive
rodeado de “peros”. Amante de su país, pero… ; moral en sus costumbres, pero...
; de espíritu religioso, pero... Todo vasco es su propia excepción, y las
excepciones de los vascos son las que tienen un sello más racial, sobresaliendo
como nota común característica de nuestro pueblo, un espíritu dinámico, rebelde
y universalista[2]
PINTXO DE CHAMPIGNON, AJI Y JAMÓN
Es motivo de debate el origen de los pintxos –pinchos- y de si son o no simples copias de la tapas que se sirven en gran parte de los
bares del centro-sur de España. Hay también quien piensa erróneamente que pintxo significa tapa en Euskera y que ambos términos se pueden utilizar
indistintamente para referirse a lo mismo. Si bien ambos comparten muchas similitudes,
se considera a la tapa como una
ración más pequeña de una comida más que una receta en sí. El pintxo, por el contrario, podría
describirse como un pariente de la tapa, más reciente, elaborado y singular. El
pintxo es frecuentemente considerado
el emblema culinario del País Vasco y, en especial, de la zona de Donostia. Su
nacimiento se produjo más tarde que el de la tapa, allá por los años 30, supuestamente en el local La Espiga ,
situado muy cerca de la Playa
de la Concha
(Donosita/San Sebastián), aunque no hay
datos certeros sobre este hecho. Se dice que este establecimiento acrecentó su clientela, compuesta habitualmente por los habituales
paisanos, sumando a las personas de la aristocracia que veraneaban en la ciudad
costera ofreciendo variados y suculentos bocadillos, ensartados en un palillo
(de ahí el nombre) a precios razonablemente asequibles y disponiéndolos en el
mostrador para tentar a los que pasaban cerca del local. Fueron los clientes
los que difundieron el nombre de La
Espiga y el de sus excelencias gastronómicas, lo
que hizo que otros bares y locales de la ciudad adaptaran el mismo modelo. Se
dice que así nació el pintxo.
Tradicionalmente, se componía de una rebanada de pan sobre la que se colocaba
alguna combinación sencilla de ingredientes. Actualmente esta pequeña ración de
comida se ha sofisticado por la inventiva y la imaginación de los cocineros que
combinan productos y cocciones en pequeñas porciones y manteniendo el precio
muy razonable. Persisten algunos básicos y clásicos como las anchoas con aceitunas, las Gildas, el pintxo más famoso de Bilbao y que consiste en atravesar con
un escarbadientes dos aceitunas sin carozo una anchoa enrollada y una piparra
(pequeño ají verde típico de la zona). Aquí he elegido otra delicia que
requiere más elaboración, el pincho de champignon, ají y jamón.
INGREDIENTES ocho porciones
Champignon Portobello ocho
Aji morrón verde una mitad
Cebolla blanca una mitad
Jamón crudo cuatro fetas
Fécula de maiz una cucharadita
Aceite de oliva
Pan tipo mignon ocho rodajas
MODO DE PREPARACION:
Elegir los champiñones de unos cinco centímetros de
diámetro y todos parejos, retirar los tallos. Cortar las rodajas de pan de un
tamaño armónico que abarque el diámetro del champignon. Cortar el jamón en
pedacitos no muy chicos. Cortar el ají y la cebolla en cuadrados pequeños. Freír
el ají y la cebolla, cuando se trasparentan agregar los tallos del champignon
picados y el jamón. Revolver y cocinar un par de minutos, espesando con un poco
de fécula disuelta en agua. Reservar. Freír los champiñones hasta que se doren
ligeramente de ambos lados. Para armar el pincho colocar el champignon con la
concavidad hacia arriba y rellenar con la preparación de verduras y jamón,
terminar con unos pedacitos de jamón por encima y atravesar con un
escarbadientes.
[2] Extracto de
la conferencia que dio en 1946 don Manuel de la Sota en el Instituto Gernika de San Juan de Luz,
acerca de “El carácter vasco”