Guadalmedina la cruza
y el Puerto la condecora;
Gibralfaro la avalora
yla
Caleta sin par;
la emblanquece su Azahar
y la dora su alegría
y el Puerto la condecora;
Gibralfaro la avalora
y
la emblanquece su Azahar
y la dora su alegría
Salvador Rueda
En
1.843 Málaga se pronuncia contra el Gobierno de la Regencia de Espartero,
Isabel II fue proclamada mayor de edad (con 13 años), en agradecimiento se
publica una Orden Real que consigna que la Ciudad de Málaga “añadirá a
los títulos que hoy goza de <Muy Noble, Muy Leal>, el de <Siempre
denodada> y que por cimera de su escudo de Armas, llevará una corona Cívica
y por debajo pondrá esta divisa: <La primera en el peligro de la Libertad > “
Puerto
de Málaga de Manuel Barrón y Carrillo, 1847
Durante la Revolución Industrial Málaga llegó a ser
la primera ciudad industrial de España,
por un tiempo y por encima de Barcelona. Las actividades mercantiles también
tuvieron un importante incremento y de 1860 a 1865 las comunicaciones
protagonizaron una gran revolución. Bajo la influencia de las familias
burguesas de esa época Málaga se define en dos sectores, ambos fuera del centro
de origen medieval: en el extremo occidental el paisaje urbano configurado por
la actividad industrial, mientras que en el otro extremo empiezan a aparecer
las villas y los hoteles.
La decadencia se inició a partir de 1880 con la caída de las
inversiones. La crisis hace que cierren las fundiciones malagueñas, acompañada por el derrumbe de la industria
azucarera y la plaga de filoxera, que destruyó a los viñedos. El abandono de las fincas
trajo consigo una fuerte deforestación de las laderas, lo que causó un
incremento de los cursos de agua, provocando catástrofes con muerte y
destrucción de propiedades hasta bien entrado el siglo XX.
El resurgimiento de la ciudad se
produjo con el boom turístico de la
Costa del Sol en la década del 60 con un crecimiento, a veces desmedido, de la construcción y urbanización de las
playas.
Siempre
te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido un momento de gloria,
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido un momento de gloria,
antes
de hundirte para siempre en las olas amantes.
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la luna eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentando como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles inerávidas. Pie desnudo en el día.
Píe desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.[1]
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la luna eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentando como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles inerávidas. Pie desnudo en el día.
Píe desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.[1]
AJOBLANCO
Esta sopa fría, también de origen
humilde como el gazpacho y muy relacionado a este, pudo haber derivado de
ciertas preparaciones romanas, es sabido que los soldados solían consumir, por
sus propiedades refrescantes y alimenticias un preparado que consistía en una
mezcla de una parte de agua, otra de vinagre y migas de pan, especiado con
distintas hierbas y especias. Por su parte las almendras, hoy el elemento
distintivo, es muy probable que se hayan incorporado con la dominación
musulmana.
En España hay festividades dedicadas al
ajoblanco,
en Málaga la celebración comienza el 2 de septiembre con degustaciones del
producto. En esta región se lo suele acompañar de frutas, principalmente uvas
moscatel, también trozos de manzana o melón. La fruta y la sopa fría combinan muy bien produciendo un
efecto refrescante siendo una buena opción para los días calurosos de verano.
INGREDIENTES para un litro
Almendras 100 grs.
Ajo dos dientes
Miga de pan 150 grs.
Aceite de oliva virgen extra 75 ml
Vinagre de vino blanco 30 ml
Sal
MODO DE
PREPARACIÓN
Remojar las almendras un par de horas
para que la piel se ablande y se pueda retirar con facilidad. Licuar los
ingredientes hasta lograr una mezcla homogénea, depende del gusto se puede
agregar agua para que la sopa sea más liquida.
ACOMPAÑAMIENTO SUGERIDO: servir en
cazuelas individuales y por encima unas uvas (moscatel o cualquier blanca bien
dulce)