sábado, 25 de febrero de 2017

ROMA: ALCAUCILES A LA JUDÍA –CARCIOFI ALLA GIUDIA-


 Nadie permanece indiferente frente a Roma, mucho menos los muchos escritores que han volcado en papel sus vivencias: Montaigne, Goethe, Chateaubriand, Stendhal, Shelley,  Dickens, Andersen, Mark Twain, Henry James, Rilke,  sólo por citar algunos. Javier Reverte, viajero incansable,  quiso dejar sus impresiones y publicó en 2014  “Un otoño romano”,  dice allí el periodista y escritor madrileño:

“Hay una luna llena y rumbosa trepando hacia la altura y nubecillas rosadas se deshilachan en el cielo. El ocaso es esplendoroso. En sus “Paseos” ya lo decía Stendhal “La admirable vista que se domina desde San Pietro es la más bella de Roma. Hay que elegir un día de nubes dispersadas por el viento; entonces todas las cúpulas de Roma se muestran alternativamente en sombra y luz”
¿Qué hace hermosa a una ciudad?, me digo. En muchas de las que he visitado, sobre todo, la integración en el paisaje de la naturaleza: Venecia y el oloroso mar,  Florencia y la sensualidad de su campiña, Nápoles y la cegadora luz, Sevilla y el verde Guadalquivir, Cádiz y el cielo gigantesco de su bahía, Nueva York y la violencia de los dos ríos que aprisionan Manhattan…, podría seguir con cien ejemplos. Pero en Roma no sucede así. Aquí la naturaleza no se vislumbra y el Tíber, aunque a veces amenaza con desbordarse, es un río de aire domeñado. Aquí todo es obra humana destinada a la eternidad, ambición de trascendencia… Pero no por los caminos de la mística, sino por los senderos del arte. Los antiguos romanos comprendieron bien que la única forma de burlar a la muerte era afirmar la vida en la peripecia artística imperecedera, en la búsqueda de la genialidad. Y los papas, que detestaron en un principio el paganismo y lo condenaron, acabaron rindiéndose a la certeza de la eternidad del arte. ….Todo el mundo sabe que los antiguos romanos tomaron a los viejos griegos como maestros. Y aún les gusta repetir una frase del médico Hipócrates, que hizo suya el sabio Séneca: “La vida es breve, largo el arte”

ALCAUCILES A LA JUDÍA –CARCIOFI ALLA GIUDIA-


 La cocina romana ha sido tradicionalmente una cocina popular, confeccionada con ingredientes sencillos y económicos pero preparados con mucha imaginación. Las recetas surgieron en el ambiente rural y de los suburbios de la urbe. Hoy esta cocina “pobre y campesina” resulta parte del atractivo turístico de la ciudad.
En Italia,  y particularmente en Roma, algunas tradiciones gastronómicas tienen una antigüedad de siglos o milenios, hasta la Edad Media o la época del Imperio Romano. Roma tiene su propia tradición, en ella ha tenido mucha influencia la cocina judía;  la comunidad judía de Roma es la más antigua del mundo, se ha mantenido desde la época del emperador Claudio hasta nuestros días. La comunidad judía se ha encargado de mantener vivas prácticas culinarias milenarias, empezando por el cordero, que en Roma se llama abbacchio y el alcaucil  -carciofo-.
Las comidas en Italia constan de cuatro pasos. El primero es el antipasto –antes del plato principal-, en plural  antipasti. Consiste en un aperitivo servido antes de los otros pasos: el primo piatto,  de pastas y arroces, el secondo piatto,  de carnes y el dolce,  el postre. Puede incluir desde las especialidades más elaboradas hasta las más sencillas, como aceitunas, rodajas de salami, mariscos diversos, cuñas de frittata o alcauciles.
El objeto del antipasto es abrir el apetito sin saturar los sentidos. El nombre se asocia a la palabra italiana pasto, del latín pastus –comida, alimento-, del verbo pacere –alimentar- y el prefijo ante –previo-
Las alcachofas o alcauciles son un plato típico de la cocina judía – romana. La receta original consiste, básicamente, en alcauciles fritos. Para su preparación se utilizan los Cimaroli (también conocidos como violetas) que son una variedad “romana” cultivada entre Ladispoli y Civitavecchia. Este tipo de alcaucil tiene por característica su forma redonda y sobre todo libre de espinas; gracias a esto, se pueden consumir en su totalidad sin descartar nada. Para las variedades que tenemos en nuestra región hay que adaptar la preparación, que resulta por cierto muy sencilla.

INGREDIENTES
Alcauciles (uno o dos por persona)
Limón uno
Sal y pimienta
Aceite de oliva

MODO DE PREPARACIÓN
Preparar un bowl u olla con agua fría hasta los ¾,  el jugo y la cáscara del limón. Proceder a preparar los alcauciles. Retirar dos filas de las hojas inferiores. Hacer un corte en redondo aproximadamente a la altura de los dos tercios de la flor (tomado desde la base). De esta manera descartaremos las puntas de las hojas con espinas. Pelar el tallo. A medida que los limpiamos los sumergimos en el agua con un plato por encima para que no floten y no estén en contacto con el aire. Antes de freírlos hay que secarlos con un papel absorbente y golpearlos para que las hojas se separen. Si los alcauciles son tiernos se puede optar por la doble fritura: calentar el aceite en una sartén profunda, freír los alcauciles haciéndolos girar para que se cocinen parejo, retirarlos. Aplastar la parte de las hojas contra el papel absorbente y reservar. Salar y cimentar. Antes de la comida se vuelven a freír del lado de las hojas hasta que éstas se doren. Si los alcauciles no son muy tiernos (depende de las variedades y el tamaño) se pueden blanquear antes de freír (previo a  freír enfriarlos y secarlos con papel absorbente). Se sirven sin otro aditamento,  tibios o a temperatura ambiente.


BEBIDA SUGERIDA: Vermouth rosso con un toque de soda y una rodaja de limón

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