Cuando uno camina por la Princes Street ,
abstraído por la vista del parque y a lo lejos y en lo alto, del Castillo de Edimburgo, se topa con un particular monumento al
escritor Walter Scott, hay quienes lo llaman “el cohete gótico”, no es extraña
una construcción tan enorme para un escritor en una ciudad en donde se respira
literatura, tan es así que la principal estación de trenes tiene el nombre de
una de sus novelas, Waverley. Sherlock Holmes, Dorian Gray, Robinson Crusoe, el
Dr. Jeckill y Mr Hide y el más reciente Harry Potter son personajes incubados
en esta ciudad. Así se siente uno caminando sus calles, como un personaje de
una novela, embriagado en la fascinación del ambiente. O como dice el propio
Scott, en su libro Rob Roy: frente a
frente con algo que ha cautivado nuestra imaginación.
Mi
medroso compañero y yo nos disponíamos a sentarnos a la mesa del posadero de El
Oso negro cuando nuestro anfitrión,
hombre de rubicundo semblante, nos notificó, en tono de excusa, que un hidalgo
escocés comería con nosotros.
—¡Hidalgo!
¿De qué especie? —apresurose a preguntar mi compañero […]
—¡Toma!
De especie escocesa: ya os lo he dicho —contestó el mesonero— Allá son todos
nobles, como sabéis, aunque no gasten camisa. Este, empero, es un mozo de buen
porte. Nunca escocés más listo pasó el
puente de Berwick... Tratante en ganado, a lo que creo.
-
Procuradnos a toda costa su compañía — dijo mi compañero; y volviéndose hacia
mí, comunicome sus reflexiones:
—Respecto
a los escoceses estimo y honro a esa nación por su moralidad. Se les acusa de
pobres y desaseados, pero son honrados, aunque vistan harapos, como dice el
poeta. Personas dignas de crédito, me han asegurado que en Escocia no son
conocidos los salteadores de camino.
—Consiste
en que no hay cosa que saltear —observó el mesonero riendo a carcajada suelta y
satisfecho de sí mismo.
—No,
posadero, no —respondió detrás de él una voz recia y bien timbrada—, consiste
únicamente en que los vistas de aduanas e inspectores ingleses que habéis
colocado más allá de Tweed, han cargado con el oficio a costas de los que lo
ejercían.
—Bien dicho, señor Campbell —replicó el
mesonero—. No os creía tan cerca de nosotros; pero sabéis que soy del condado
de York en que hasta los perros tienen
la lengua expedita. ¿Qué tal van los mercados por el mediodía?
—Como
siempre: los cuerdos venden y compran, y los locos son comprados y vendidos.
—Ya,
pero a cuerdos y locos no les falta comida y aquí está para empezar la nuestra,
[…]Y, así diciendo, preparó su gran cuchillo adjudicándose el sitio de honor […]
Era
la primera vez que oía hablar a un escocés, o mejor dicho, que me hallaba
frente a frente de un individuo perteneciente a la antigua raza escocesa, la
cual, desde mi infancia, había cautivado mi imaginación.
HUEVOS
A LA ESCOCESA CON
MORCILLA -BLACK PUDDING SCOTCH EGGS-
Los huevos “a la escocesa” no tienen su
origen en esas tierras, fueron inventados por los chef de la tienda londinense
Fortnum & Mason alrededor de 1730, tal vez inspirados en una comida persa.
La primera vez que aparecen en un impreso fue en “Mrs. Rundell´s new Sistem of
Domestic Cookery en 1809. Son populares en todo el Reino Unido, habitualmente
consumidos fríos, en las comidas campestres (picnic).
La variante hecha con morcilla en lugar
de salchicha es la más escocesa de todas. Las comidas más típicas de Escocia son
el Haggis (un poco vistoso pero muy gustoso embutido hecho con órganos como el
corazón, pulmones e hígado de la oveja o el cordero) y el Black Pudding
(nuestra morcilla) hecho con la piel y la sangre del cerdo. La versión más
escocesa de esta receta, presentada como
entrada, resulta un plato atractivo y
muy sabroso.
INGREDIENTES para dos personas
Huevos cinco
Morcilla 400 grs.
Pan rallado
MODO DE PREPARACIÓN
Hervir cuatro huevos durante 7 minutos,
dejar enfriar, sacar la cáscara, reservar. Calentar la morcilla para que el
relleno se vuelva pastoso. Cubrir con el relleno de la morcilla los huevos y
enfriar en la heladera para que la cubierta vuelva a solidificarse. Pasar las
bolas por el huevo batido y por el pan
rallado. Freír en abundante aceite. Servir al plato acompañados por una
ensalada de hojas verdes.
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