Recobra
ta corona,
pus tens per ditxa encara
un
soldat i una verge per patrons:
recorda
ta grandesa
Joaquín
Rubió
ESCUDO DE BARCELONA: combinación
de las armas heráldicas de los ciudadanos de Barcelona representada por la Cruz de San Jorge (patrono de la ciudad) y
las armas de la Casa de Aragón o armas reales, con cuatro
franjas rojas (gules) sobre oro.
Casa Batllo
La primera impresión que tuve de Barcelona fue de shock, la vi grande y
poderosa, la imaginé independiente y autosuficiente,
recuerdo que pensé “esta es una ciudad-estado”. No creo haber variado mucho ese
primer juicio aunque la conmoción dio lugar a la admiración y de ahí al amor un
paso. Y como si esto no fuera suficiente estaba el legado indeleble del
arquitecto Antonio Gaudí.
Mientras
dábamos cuenta del sabroso arroz de poeta —un arroz caldoso con setas y
espárragos, según resultó— y del buen vino andaluz que protagonizaron aquel
almuerzo inicial en Las Siete Puertas, Gaudí y yo empezamos a ponernos
sumariamente al día de nuestras respectivas historias personales y de las
circunstancias de nuestra vida actual. Supe así que él había nacido en Reus
hacía veintidós años —yo tenía veintiuno— y que desde su llegada a Barcelona
había compartido con su hermano una serie de habitaciones variadamente humildes
en diversas casas de huéspedes del barrio de la Ribera. La última de
esas casas estaba situada en la replaceta de Moncada, detrás mismo del ábside
de la iglesia de Santa María del Mar, y en ella Gaudí y su hermano ocupaban una
buhardilla organizaban en torno a una serie de hábitos tan regulares como los
de un empleado de banca. Todas las mañanas, sin falta, tomaba su frugal
desayuno en la misma lechería del barrio de la Ribera , a pocos pasos de su
domicilio; todos los días laborables hacía sus comidas en Las Siete Puertas y
merendaba en la horchatería del Tío Nelo, situada también bajo los pórticos del
mismo edificio del indiano Xifré; todos los sábados y los domingos almorzaba en
una de las fondas de la parte baja de la Rambla , cerca siempre de la plaza Real o del
llano de las Comedias, y tomaba la merienda en los salones de alguna de las
varias sociedades barcelonesas que frecuentaba por motivos más o menos
laborales; cada noche, una cena de pan con queso y cerveza en el hostal de la Buena Suerte de la
calle Carders precedía a su ronda de visitas por ciertos locales del barrio del
Raval a los que ningún empleado de banca decente soñaría jamás con acercarse
[…]
Una
historia personal, en definitiva, que no podía diferir más de la mía propia, y
que a mis ojos engalanaba a Gaudí con una cierta aureola de hombre templado en
la escasez y en la estrechura y puesto a prueba por las circunstancias de una
cuna poco privilegiada.
Pero
también, por supuesto, una historia que no casaba en absoluto ni con la indumentaria
ni con las maneras de mi nuevo amigo, ni tampoco con su gusto por la buena
comida y por el vino de excelente calidad.
—¿Me
permite una pregunta indiscreta? —me sentí obligado a decir […]
—Por
supuesto.
—Es
solo que no he podido dejar de reparar en la calidad evidente de sus ropas, ni
en su forma de desenvolverse
en un restaurante en el que pocos estudiantes llegados del campo de Tarragona
podrían permitirse almorzar un solo día, y que usted parece frecuentar a
diario. O sabe usted gestionar muy bien esa pequeña asignación que su familia
le envía todos los meses o aquí hay algo que se me escapa.
Gaudí
se llevó su copa de vino a los labios y esbozó una sonrisa un tanto misteriosa.
—Tengo
mis propias fuentes de ingresos —dijo tan solo.
—¿Trabaja
usted, entonces?
—Podría
decirse así.
—¿Es
aprendiz en el taller de algún arquitecto? —aventuré—. ¿Trabaja para alguno de
nuestros profesores, quizá?
—¿Nuestros
profesores? —Gaudí forzó una mueca de desdén que desfiguró por un instante
todas las facciones de su rostro—. Nuestros profesores no me darían trabajo en
sus talleres ni aunque yo fuera el único arquitecto disponible en toda la
península.
—¿Entonces?
—Algunos
trabajos sueltos. Un par de aficiones que me reportan, para mi suerte, algún
que otro dividendo más allá del puro placer de practicarlas. Nada misterioso. [1]
ESCALIVADA
Barcelona posee una
geografía montañosa a la par que una de las costas más pobladas de la península ibérica. La gastronomía de Barcelona
tiene una larguísima tradición, se destaca
que se imprimió allí el primer libro de cocina
de España, escrito aproximadamente en 1477 por Ruperto de Nola.
Otra de las características llamativas es la variedad de ingredientes que van
desde los del interior montañoso hasta los procedentes del mar. Las
preparaciones tradicionales combinan estos productos y este concepto se resume
en un conjunto de platos que se denominan de mar i muntanya
(mar y montaña). Como ejemplo la escalivada aúna las verduras asadas (su nombre viene del
catalán y significa asar al rescoldo) y las anchoas.
INGREDIENTES cuatro
porciones
Berenjenas dos
Ají morrón rojo dos
Cebolla morada mediana dos
Filetes de anchoas doce
Pan tipo catalán (puede
reemplazarse con Pan Brie) cuatro rodajas
Tomate uno chico y maduro
MODO DE PREPARACION
Envolver las cebollas y las
berenjenas en papel de aluminio. Asarlas a la parrilla al fuego junto a los
morrones. Cuando la piel del morrón se quema retirar, cortar la cocción con
agua fría y reservar. Tostar ligeramente las rodajas de pan y frotar en una
cara la pulpa del tomate. Cortar en tiras el morrón y la berenjena y en gajos
las cebollas. Tostar ligeramente las rodajas de pan y raspar una cara con la
pulpa del tomate. Repartir las verduras sobre el pan, rociar aceite de oliva y salar. Enrollar
sobre las verduras los filetes de
anchoas.
BEBIDA SUGERIDA: Vino
blanco espumante. Cava