miércoles, 24 de enero de 2018

BARCELONA: ESCALIVADA


Recobra ta corona,
 pus tens per ditxa encara
un soldat i una verge per patrons:
recorda ta grandesa
Joaquín Rubió

ESCUDO DE BARCELONA: combinación de las armas heráldicas de los ciudadanos de Barcelona representada por la Cruz de San Jorge (patrono de la ciudad) y las armas de la Casa de Aragón o armas reales, con cuatro franjas rojas (gules) sobre oro.



Casa Batllo

La primera impresión que tuve de Barcelona fue de shock, la vi grande y poderosa, la imaginé  independiente y autosuficiente, recuerdo que pensé “esta es una ciudad-estado”. No creo haber variado mucho ese primer juicio aunque la conmoción dio lugar a la admiración y de ahí al amor un paso. Y como si esto no fuera suficiente estaba el legado indeleble del arquitecto Antonio Gaudí.

Mientras dábamos cuenta del sabroso arroz de poeta —un arroz caldoso con setas y espárragos, según resultó— y del buen vino andaluz que protagonizaron aquel almuerzo inicial en Las Siete Puertas, Gaudí y yo empezamos a ponernos sumariamente al día de nuestras respectivas historias personales y de las circunstancias de nuestra vida actual. Supe así que él había nacido en Reus hacía veintidós años —yo tenía veintiuno— y que desde su llegada a Barcelona había compartido con su hermano una serie de habitaciones variadamente humildes en diversas casas de huéspedes del barrio de la Ribera. La última de esas casas estaba situada en la replaceta de Moncada, detrás mismo del ábside de la iglesia de Santa María del Mar, y en ella Gaudí y su hermano ocupaban una buhardilla organizaban en torno a una serie de hábitos tan regulares como los de un empleado de banca. Todas las mañanas, sin falta, tomaba su frugal desayuno en la misma lechería del barrio de la Ribera, a pocos pasos de su domicilio; todos los días laborables hacía sus comidas en Las Siete Puertas y merendaba en la horchatería del Tío Nelo, situada también bajo los pórticos del mismo edificio del indiano Xifré; todos los sábados y los domingos almorzaba en una de las fondas de la parte baja de la Rambla, cerca siempre de la plaza Real o del llano de las Comedias, y tomaba la merienda en los salones de alguna de las varias sociedades barcelonesas que frecuentaba por motivos más o menos laborales; cada noche, una cena de pan con queso y cerveza en el hostal de la Buena Suerte de la calle Carders precedía a su ronda de visitas por ciertos locales del barrio del Raval a los que ningún empleado de banca decente soñaría jamás con acercarse […]
Una historia personal, en definitiva, que no podía diferir más de la mía propia, y que a mis ojos engalanaba a Gaudí con una cierta aureola de hombre templado en la escasez y en la estrechura y puesto a prueba por las circunstancias de una cuna poco privilegiada.
Pero también, por supuesto, una historia que no casaba en absoluto ni con la indumentaria ni con las maneras de mi nuevo amigo, ni tampoco con su gusto por la buena comida y por el vino de excelente calidad.
—¿Me permite una pregunta indiscreta? —me sentí obligado a decir […]
—Por supuesto.
—Es solo que no he podido dejar de reparar en la calidad evidente de sus ropas, ni en su forma de desenvolverse en un restaurante en el que pocos estudiantes llegados del campo de Tarragona podrían permitirse almorzar un solo día, y que usted parece frecuentar a diario. O sabe usted gestionar muy bien esa pequeña asignación que su familia le envía todos los meses o aquí hay algo que se me escapa.
Gaudí se llevó su copa de vino a los labios y esbozó una sonrisa un tanto misteriosa.
—Tengo mis propias fuentes de ingresos —dijo tan solo.
—¿Trabaja usted, entonces?
—Podría decirse así.
—¿Es aprendiz en el taller de algún arquitecto? —aventuré—. ¿Trabaja para alguno de nuestros profesores, quizá?
—¿Nuestros profesores? —Gaudí forzó una mueca de desdén que desfiguró por un instante todas las facciones de su rostro—. Nuestros profesores no me darían trabajo en sus talleres ni aunque yo fuera el único arquitecto disponible en toda la península.
—¿Entonces?
—Algunos trabajos sueltos. Un par de aficiones que me reportan, para mi suerte, algún que otro dividendo más allá del puro placer de practicarlas. Nada misterioso. [1]

[1] Fragmento de “G (la novela de Gaudí)” de Daniel Sánchez Pardos 2015

ESCALIVADA



Barcelona posee una geografía montañosa a la par que una de las costas más pobladas de la península ibérica. La gastronomía de Barcelona tiene una larguísima tradición, se destaca  que se imprimió allí el primer libro de cocina de España, escrito aproximadamente en 1477 por Ruperto de Nola. Otra de las características llamativas es la variedad de ingredientes que van desde los del interior montañoso hasta los procedentes del mar. Las preparaciones tradicionales combinan estos productos y este concepto se resume en un conjunto de platos que se denominan de mar i muntanya (mar y montaña). Como ejemplo la escalivada aúna  las verduras asadas (su nombre viene del catalán y significa asar al rescoldo) y las anchoas.

INGREDIENTES cuatro porciones

Berenjenas dos
Ají morrón rojo dos
Cebolla morada mediana dos
Filetes de anchoas doce
Pan tipo catalán (puede reemplazarse con Pan Brie) cuatro rodajas
Tomate uno chico y maduro

MODO DE PREPARACION
Envolver las cebollas y las berenjenas en papel de aluminio. Asarlas a la parrilla al fuego junto a los morrones. Cuando la piel del morrón se quema retirar, cortar la cocción con agua fría y reservar. Tostar ligeramente las rodajas de pan y frotar en una cara la pulpa del tomate. Cortar en tiras el morrón y la berenjena y en gajos las cebollas. Tostar ligeramente las rodajas de pan y raspar una cara con la pulpa del tomate. Repartir las verduras sobre el pan,  rociar aceite de oliva y salar. Enrollar sobre las verduras  los filetes de anchoas.

BEBIDA SUGERIDA: Vino blanco espumante. Cava






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