Siempre
llevé conmigo las callejas, los rumores del río,
los
gastados oros de los ladrillos aljamiados,
los
mágicos rincones de perplejas urdimbres
y
esta mística maraña de blasones, de espadas y de piedras
que
ennoblecen los hielos y las hiedras de Castilla
J.
M.
Gómez Gómez
ESCUDO DE TOLEDO: En el reinado de Carlos
I de España se añade el elemento diferenciador del rey sentado en recuerdo de las primitivas armas toledanas.
Más tarde por motivos de simetría se colocaron dos.
Catedral
de Toledo
No es noticia contar que me perdí en
Toledo, pero ese extravío, lejos de
suponer una angustia, se manifestó como un hecho placentero. A pocos metros de
la calle principal y de la
Catedral (que merece
un aparte) las callejuelas se ofrecían
magníficamente desiertas; recuerdo que caminamos bajo el sol, subimos y bajamos
escaleras, traspusimos arcos y portales, todo por un buen rato, para llegar exactamente al sitio de partida.
Perderse en Toledo produce una embriaguez dócil muy parecida al enamoramiento.
Dos imágenes quedaron indelebles en mi memoria, la partida, con la vista del Alcázar imponente en lo alto
y el descubrimiento de la catedral aprisionada por los edificios, como bien se
describe aquí:
Comenzaba
a amanecer cuando Gabriel Luna llegó ante la catedral. En las estrechas calles
toledanas todavía era de noche. La azul claridad del alba, que apenas lograba
deslizarse entre los aleros de los tejados, se esparcía con mayor libertad en
la plazuela del Ayuntamiento, sacando de la penumbra la vulgar fachada del
palacio del arzobispo y las dos torres encaperuzadas de pizarra negra de la
casa municipal, sombría construcción de la época de Carlos V.
Gabriel
paseó largo rato por la desierta plazuela, subiéndose hasta las cejas el embozo
de la capa, mientras tosía con estremecimientos dolorosos. Sin dejar de andar
para desprenderse del frío, contemplaba la gran puerta llamada del Perdón, la
única fachada de la iglesia que ofrece un aspecto monumental. Recordaba otras
catedrales famosas, aisladas, en lugar preeminente, presentando libres todos
sus costados, con el orgullo de su belleza y las comparaba con la de Toledo, la
iglesia madre española, ahogada por el oleaje de apretados edificios que la
rodean y parecen caer sobre sus flancos, adhiriéndose a ellos, sin dejarle
mostrar sus galas exteriores mas que en el reducido espacio de la callejuelas
que la oprimen. Gabriel conocía su hermosura interior, pensaba en las viviendas
engañosas de los pueblos orientales, sórdidas y miserables por fuera, cubiertas
de alabastros y filigranas por dentro. No en balde habían vivido en Toledo
judíos y moros por siglos. Su aversión a las untuosidades exteriores parecía
haber inspirado la obra de la catedral ahogada por el caserío que se empujaba y
arremolinaba en torno a ella como si buscase sombra. La plazuela del
Ayuntamiento era el único desgarrón que permitía al cristiano monumento
respirar su grandeza. En este pequeño espacio de cielo libre mostraba a la luz
del alma los tres arcos ojivales de su fachada principal y la torre de las
campanas, de enorme robustez y salientes aristas, rematada por la montera del
alcuzón, especie de tiara negra con tres coronas, que se perdía en el
crepúsculo invernal nebuloso y plomizo. [1]
[1] Fragmento de “La Catedral ” de Vicente Blasco Ibáñez 1909
CARCAMUSA
Bar
Ludeña
Plato típico de la gastronomía
toledana, se trata de un guiso de carne de cerdo magra con verduras, embutidos y acompañado con
papas asadas o fritas. El origen de su nombre es bastante simpático: el Bar
Ludeña de Toledo, propiedad de José Ludeña y ubicado en la Plaza de la Magdalena a mediados del
siglo XX era frecuentado por clientes masculinos de cierta edad a quienes
apodaban los carcas; al mismo tiempo,
y quizá como consecuencia, acudían jóvenes señoritas a quienes los
señores consideraban sus musas. Al
parecer el guiso de don José era gustosamente consumido por ambos grupos por lo
que se lo denominó Guiso de carcas y musas.
Se lo sirve en cazuelas y cuando se lo
hace en las más pequeñas se lo considera una tapa.
INGREDIENTES cuatro personas
Solomillo de Cerdo 500 grs.
Chorizo colorado uno
Jamón cocido cortado en cubitos 100
grs.
Puerros dos plantas
Ajo a gusto
Arvejas una taza
Vino blanco un vaso
Caldo de carne 200 ml.
Pimentón dulce
Aceite de oliva
MODO DE PREPARACION
En una olla o cazuela calentar el
aceite, sellar la carne de cerdo cortada en cubos tipo bocado. Retirar el cerdo
y agregar el puerro cortado en rodajas finas, dejar hasta trasparentar. Agregar
los cubos de jamón y las rodajas de chorizo colorado. Sumar el cerdo sellado. Verter el vino y dejar que se evapore el
alcohol. Condimentar con el pimentón y agregar el caldo. Corregir la sal y
cocinar unos quince minutos. Agregar la taza de arvejas y dejar al fuego cinco
minutos más. Servir en cazuela coronada por unas papas en cubos fritas o asadas
al horno.
BEBIDA SUGERIDA: Vino tinto Merlot